Binomio fantástico; la aceituna peluda.
Imposible, no podía creer lo que estaba ocurriendo. ¡Estaba muy asustada! Seguía oyendo las voces cinco minutos después de una discusión que, al parecer, habían tenido unos vecinos. Me senté en el sofá y recapacité, intenté recordar todo lo que habían dicho. Pero lo más extraño era que de lo único que podía acordarme eran estas palabras: aceituna y peluda. ¿Increíble, verdad? Yo tampoco entiendo cómo podían discutir por algo así, aunque sigo sin darme cuenta de a qué se referían. Permanecí en silencio pero no podía oír nada más, así que fui a la cocina a comer algo, porque la que estaba gritando en ese momento era mi tripa, que no comía nada desde hacía horas.
Estaba a punto de dormirme cuando, ¡plof! Un portazo. Venía de la casa de arriba. Me di cuenta de que no había nadie en casa, acababan de marcharse. Me cambié rápidamente de ropa, cogí la llave para poder entrar y fui. Eso sí, tenía un miedo terrible, no puedes ni imaginártelo. Por cierto, no penséis que soy una ladrona ni nada por el estilo, solo que soy la encargada de la comunidad y tengo una llave maestra. Pero bueno, que me desvío del tema, como iba diciendo, subí a su casa. Y allí estaba yo, en la puerta del 7º A. Me llené de valor y entré. Para mi sorpresa, no había absolutamente nada. No sabía qué hacer pero decidí investigar qué querían decir con aquellas palabras. Todavía seguía en la puerta así que pasé y la cerré. Lo único que conseguí ver fue una vela que se consumía poco a poco. Intenté acercarme, pero a medio camino terminó de apagarse. Muerta de miedo, no sabía qué hacer ni adónde ir. Pero… ¡Tachán! Mi móvil estaba en el bolsillo y así pude alumbrar todo. A lo lejos vi algo brillante. Me acerqué y era un álbum de fotos. Como soy un poco cotilla empecé a mirarlas y había una foto un poco extraña. En ella aparecían dos hombres que no había visto nunca, y eso que conozco a casi todo el barrio. Seguí observando y… ¿A que no sabéis qué encontré? Un cartel en el que ponía: Club Secreto, oliva melenuda. Esas palabras me sonaron muchísimo y me di cuenta de que el nombre del club era sinónimo de las palabras que escuché. ¿Sería aquello a lo que se referían? Yo supuse que sí, pero claro, ¿qué tendrían allí? Miedo me daba pensarlo, porque aquellos hombres de la foto no tenían pinta de amables. Me estaba volviendo loca. Cerré el álbum y me marché. Me volví a tumbar en la cama a pensar, pero estaba tan cansada que me quedé dormida.
A la mañana siguiente me desperté de tanto ruido que había. Y cómo no, el ruido venía de arriba, igual que el día anterior. Pero esta vez me quedé boquiabierta. Encendí la tele, y allí lo estaban dando. “Asesinato en el local oliva melenuda.” Todo me cuadraba ahora: los gritos, aquel desorden, las fotos… Me sentí una heroína, por haber descubierto todo aquello pero a la vez, asustada, pensando en que podían bajar y matarme a mí también. Sonó mi puerta. Me levanté a abrir. Qué alivio de verdad. Era la policía para decirme que ya los habían detenido, que estuviera tranquila. Dicho y hecho. Me calmé y me fui a dormir, tan a gusto. Sin ruido y sin nadie que pudiera molestarme.
Por cierto, ¿con qué creéis que soñé? Con una aceituna enorme. Sé que es imposible, pero aquellas palabras se quedaron en mi mente para siempre.
¿ Qué le dice
una aceituna
verde a una negra ?
El osito de Arthur
Noté un
fuerte dolor. No salía sangre, solo caían trocitos de algodón al suelo, pero me
dolía muchísimo. Poco a poco mi patita se caía. Cada vez que mi amo daba un
paso, un punto se descosía y en la puerta de casa terminó cayéndose.
Arthur
estaba tan ilusionado conmigo, su nuevo osito, que no se enteró de que en el
trayecto a casa me había quedado cojo.
Entramos
en mi nuevo hogar, me dejó en la silla de la entrada y se marchó corriendo. No
me preguntes donde iba, yo tampoco lo sé.
Mientras
tanto, allí estuve sentado, esperando a que me llevaran a una cama donde estaba
acostumbrado a estar. Ese momento no llegaba; Arthur no venía.
Mientras
permanecía allí, algo se movió detrás de mí. Me entraron ganas de gritar pero
no pude, ya que en vuestro mundo somos unos simples muñecos sin vida sin
sentimientos. Eso es una de las cosas que pone en mi manual de instrucciones de
comportamiento; no podemos hablar, mucho menos gritar.
No sabía qué hacer, a si que hice como si no hubiera notado nada. De
repente, volví a notarlo. Me aseguré de que nadie me miraba y me levanté a
investigar. Solo conseguí ver polvo y más polvo. Parecía que no limpiaban
aquello desde hacía bastante. ¿Qué podía haber pasado para que no ordenaran la
casa? Me imaginé lo peor. ¿Y si la madre de los niños había muerto? Mi cabecita
no podía más. Entre el dolor de la pierna y el susto… ¡Me moría!
A lo lejos
vi una muñeca Nenuco, de esas que usan las niñas para jugar; por lo que supe
que Arthur tenía una hermana. Ya que no debía haber mucha gente en casa, fui
saltando a la pata coja hasta la muñeca.
Pasé una pequeña puerta que había detrás de la silla, ¡no veíais que
alegría! Era un Nenuco con un traje de enfermera. Le hablé en el idioma de los
juguetes y le pedí ayuda. Conseguimos la patita otra vez y aunque me dolió lo
suyo, me aguanté y la cosió de nuevo. No podía andar muy bien pero escuché a
alguien bajar las escaleras y fui corriendo a la silla como si nada hubiera
pasado. La muñeca me miraba con ojos tristes y por no quedarse sola, me
acompañó hasta la puerta, pero me confundí. No bajó nadie. Aquella casa parecía
encantada. Había ruidos por todas partes. Pero bueno, prefería estar con ella,
la muñeca, y bajé de la silla de nuevo.
Me contó una
historia que me conmovió muchísimo y me puse super triste. Sus padres y su
hermana habían muerto. Se quedó solo con sus tíos, ¡pobre niño! Pero por otra
parte, pensé que por mucho cariño que me hubiera cogido, tenía que marchar de
la casa si no quería morir, ya que planeaba quemarla para no tener ningún
recuerdo de sus padres. Nada me cuadraba en esos momentos. ¿Para qué querría un
osito nuevo si después me iba a quemar? ¿Por qué subió hacia arriba y me dejó
allí? Todo era raro, y como empecé a llevarme bien con la muñeca nos fugamos.
Me dio pena dejarle, y eso que no fuimos muy lejos. Ella tenía unas amigas en
la casa de en frente, ¡qué casualidad!
Y bueno, que
allí estuvimos durante mucho tiempo, cuando notamos un gran calor. La casa de
Arthur estaba ardiendo. Antes o después iba a ocurrir, por desgracia.
No supe nada de él después de aquello, pero siempre le daré las gracias por
sacarme de aquella tienda en la cual muchos seres iguales a mí me invadían el
espacio. Y así pude vivir mi cortita vida a lo grande.